AGRADECE A DIOS AL COMENZAR Y TERMINAR LA JORNADA
12.09.2013 02:45
PASTOR “AREPOLOGO”
AGRADECE A DIOS AL COMENZAR Y TERMINAR LA JORNADA
Estaba cansado. Dejó el portafolio en un sofá, se dirigió al refrigerador, sacó leche y pastel y se abandonó a ver televisión. El día bahía sido agotador. En la mañana compartió una lección en el devocional, en el templo. Al llegar a la oficina, impartió una enseñanza del evangelio a los empleados. Prosiguió su itinerario atendiendo proveedores—algunos de ellos demasiado difíciles—y cerró con una predicación a toda la congregación.
Pastor “arepologo”, lo llamaban, porque tenía un fábrica de arepas con la que ayudaba al sostenimiento de su hogar. Él prefería que le dijeran su nombre. No era tanto el ser reconocido como pastor lo que le preocupaba, sino cumplir su misión en la obra de Jesucristo.
En la televisión estaban transmitiendo un concurso de conocimiento. A cada pregunta respondida correctamente, se sumaba un puntaje. Él no estaba prestando mayor atención porque tenía los ojos cargados de sueño.
Apagó el receptor, conectó el despertador telefónico y se dirigió a su habitación, pero sabía que –pese al sueño—debía hacer algo primero. SE ARRODILLÓ Y COMENZÓ A ORAR.
En la intimidad de la pieza sintió la presencia de Dios. Siempre era así. Él estaba allí. No le cabía la menor duda. Y sólo así tuvo la tranquilidad necesaria para reposar. Mañana sería otro día. Tal vez la jornada sería más dura, pero guardaba la tranquilidad de estar cumpliendo la misión a la que había sido llamado por Jesús.
Tal vez le ha ocurrido
Al igual que usted, he llegado sumamente cansado muchas veces. Un jugo tal vez y a la cama. Un deseo irrefrenable de dormir. Sentimos el peso de todo un día sobre nuestros hombros. Pero no podemos desconocer algo: al comenzar y terminar toda jornada, es necesario hablar con Dios.
Él es quien nos llena de fortaleza. También nos guía. Va con nosotros de la mano, sin importar cuán tenebroso sea el sendero. Por esa razón debemos mantener íntima relación con él, a través de la oración.
Ese principio de vida de fe lo había asumido Abraham, tal como leemos en las Escrituras: “Y pasó Abram por aquella tierra hasta el lugar de Siquem, hasta el llano de Morè; y el cananeo estaba entonces en la tierra. Y le apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido” (Génesis 12:6-7).