ENFRENTE SUS TEMORES

01.09.2013 08:46

ENFRENTE SUS TEMORES

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”

(Juan 14:27)

Los psicólogos nos dicen que el noventa por ciento de todos nuestros temores nunca llegan a suceder. Esa es la buena noticia. La mala noticia es que aunque el noventa por ciento de nuestros temores no suceden, el que teme algo ya vivió las mayoría de las emociones negativas que acompañan a su miedo, aunque este no suceda. No ocurrió lo que temía, pero durante todo el tiempo que duró su experiencia de temor, el miedo le robó la paz, la vitalidad, la seguridad y la certidumbre. ¿Qué hacer al respecto entonces? El salmista David nos dice lo que él solía hacer cuando esto le ocurría. Él escribió: “En el día que temo, yo en ti confío” (Salmos 56:3). El temor no pude ser desalojado meramente, debe ser reemplazado por confianza.

Todos los días uno tiene que lidiar con el miedo. No importa cuán preparado intelectualmente esté, los miedos estarán allí. No importa su desarrollo físico, usted encontrará el miedo en su andar. Da igual si es hombre o mujer, pobre o de clase media, el miedo no respeta géneros o clases sociales. Temor al presente, temor al futuro incierto, temor a la enfermedad, temor a la muerte, temor, temor, temor. El temor es el estribillo de este mundo inseguro y caído. No puedo sencillamente ignorarlo, debo enfrentarlo y reemplazarlo por la fe.

Pedro se hundió en el mar porque lo que comenzó en fe, lo terminó en miedo. Muchas de las empresas que comenzamos con optimismo se vienen abajo cuando dejamos de creer y en su lugar damos cabida al miedo. Los discípulos huyeron en Getsemaní porque tuvieron miedo a los que pueden matar el cuerpo, aunque Jesús les había advertido de ellos (Mateo 10:28). Aun los más cercanos al Señor lo abandonaron. Jesús les había hablado de esto, pero el miedo no tiene oídos. Cuando aceptamos la realidad engañosa del temor nos hundimos emocionalmente y nos alejamos del Señor. Sufrimos pérdida porque compramos cobardía, en lugar de ello, debemos atesorar confianza.

Conviene oír, por tanto, la arenga de las promesas de Dios ante los desafíos del día a día. Desprecie aquello que le quiere hacer retroceder en su confianza. Opóngase a vivir en la desazón, en la angustia de lo incierto, en la penumbra de los imposibles. Encárese a sus miedos con la audacia de un malabarista. Viva al máximo creyendo que en medio de tanta baraúnda, usted está seguro en Dios. Ríase de lo desconocido, dominé sus reacciones y crea, crea, crea.

Por cada desierto de temor, Dios tiene un oasis de fe. La confianza suele florecer en los sitios más inhóspitos. Las voces del miedo gritarán en nuestros oídos sus vaticinios execrables, pero no escucharemos. No entraremos en diálogo con nuestros miedos, solo declararemos nuestra fe. No ignoramos las realidades intimidantes de las circunstancias poco prometedoras, pero nos saltamos cada una de ellas apropiándonos de las imperecederas promesas de Dios.

El temor se forja en las fraguas del infierno, pero la confianza que nosotros tenemos brota de los manantiales del cielo. Abrevaremos cada día de esas fuentes para estar firmes ante lo presente, o lo porvenir. Estaremos confiados porque Dios envía ángeles para nuestra seguridad. Viviremos optimistas porque el justo por la fe vivirá, y la fe en Dios es entusiasta, positiva.

No demos cobijo al temor, es un huésped fraudulento y ladrón. Nos robará todo y volverá una y otra vez para despojarnos de cualquier cosa que podamos alcanzar. Dele con la puerta en las narices a sus miedos. Mantenga su casa libre de viajeros indignos. Enfrente sus temores con la valentía que da Dios a quien se la pide. Acopie fe. Viva en libertad.

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